“No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza”. Así describía Edgar Allan Poe la primera reacción de su personaje hacia la casa Usher en uno de sus relatos más célebres (‘La caída de la Casa Usher’, 1839). Y lo cierto es que podría estar refiriéndose perfectamente a Hill House, otra de esas mansiones encantadas del género gótico que, en este caso, construyó una mujer. Las sombras de Shirley Jackson pasan del papel a la pantalla en la nueva serie de Netflix, ‘La maldición de Hill House’, una terrorífica experiencia familiar que se erige como uno de sus mejores shows del año. ¿Exageramos? Ni un poquito.

Desde que la familia Crain se mudó a Hill House, no dejan de pasar cosas extrañas. Tampoco era una mudanza definitiva: sólo un verano para que pudieran arreglar esa vieja mansión y ponerla a la venta por un precio considerable. El negocio perfecto, pero, al parecer, nada fácil. El pasado de la casa campa a sus anchas por las habitaciones y pasillos en cuanto la luz del día se apaga. La oscuridad llama a lo sobrenatural. El matrimonio formado por Olivia (Carla Gugino) y Hugh (Henry Thomas/Timothy Hutton) y sus cinco hijos se verán afectados por este ambiente, cuyas desastrosas consecuencias les perseguirán hasta veinte años después. Así, esta es una historia contada en dos tiempos, la infancia y la madurez de esos hermanos y hermanas, que esconde más significados de los que aparenta su tenebroso relato de fantasmas. Pronto indagaremos más sobre ellos, y sobre la inclemente mirada a lo paranormal.

‘La maldición de Hill House’ está dando mucho que hablar en Netflix. También, según dicen algunos, preocupantes efectos secundarios. ¿Insomnio? ¿Desmayos? Quizás para los más sensibles. Pero si algo sabe bien esta serie, y es lo que deberíamos sacar en claro, es que lo más terrorífico no son los fantasmas, sino lo que representan. Los sustos sólo son una rápida aceleración del corazón y un grito contenido, pero la imposibilidad de superar los traumas y los miedos de la paternidad son, sin duda, la verdadera esencia del terror. Eso sí que te va a dejar con insomnio. Con la aprobación de Stephen King, declarado fan de la novela, el show se abre paso entre la cosecha del año como uno de los más interesantes, complejos e impactantes.

¿Preparados para sumergiros en todos sus secretos? Dejad la luz encendida.

Por si acaso.

[Por supuesto, spoilers masivos a partir de aquí]

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Steve Dietl/Netflix

LA MUJER QUE LEVANTÓ HILL HOUSE

Poe no fue el único que escribió sobre casas encantadas y personajes alterados por ellas, ni todos fueron nombres masculinos, desde Henry James a Nathaniel Hawthorne. Las mujeres y el gótico nos han dado grandes obras de la literatura, desde las ‘Cumbres borrascosas’ de Emily Brönte o el ‘Jane Eyre’ de su hermana Charlotte, hasta las fronteras de ‘Los misterios de Udolfo’ de Ann Radcliffe o la casi parodia perpetrada por Jane Austen en ‘La abadía de Northanger’ (en la que, precisamente, la protagonista leía la novela de Radcliffe). Todas ellas imaginaron grandes mansiones acechadas por los fantasmas del pasado, las sombras tenebrosas y las tormentas que las iluminan para dejar ver estatuas y grandes pinturas que salvaguardan las estancias con una mirada inquietante. Y, sobre todo, imaginaron mujeres. En esa corriente escribió también Shirley Jackson, ya en el siglo XX con la ventaja del tiempo, y, aunque su trabajo fue menospreciado en un principio, su visión del terror gótico se alza aún en nuestros días como uno de los más lúcidos de su tiempo.

Shirley Jackson with her children, North Bennington, Vermont, 1956pinterest
Erich Hartmann

‘La maldición de Hill House’ es, probablemente, su novela más famosa, sin contar aquel revolucionario e influyente relato publicado en la revista The New Yorker, y titulado ‘La lotería’ (1948). Aunque seguramente fueron ambos los que empujaron a autores como Stephen King a dedicarse a la literatura de terror. De hecho, el novelista definió en una ocasión el libro como “el relato de casas encantadas más perfecto que he leído jamás”. Viniendo del autor de ‘El resplandor’, un tótem de la modernización del género en sus propios términos, deberíamos creerle. No obstante, lo que se escapa en esta cita de King es lo que se esconde tras los lugares comunes de la pesadilla gótica: Jackson puso más de ella en esa historia de lo que jamás sabremos.

Ruth Franklin, biógrafa de la autora, cuenta en sus memorias que Jackson puso a las mujeres en la primera línea, retratando o bien solteras que buscaban la aceptación social que debía darles el matrimonio, o bien casadas atrapadas en la monotonía de lo doméstico. Ella formaba parte del segundo grupo, de las que se ahogaban en la infelicidad de una vida dedicada a la casa y el cuidado de los niños, sin más expectativas de futuro. Sus historias estaban profundamente marcadas por estos límites sociales impuestos a las mujeres, así como las fronteras por entonces infranqueables del concepto de feminidad y la ansiedad que despertaba en ellas. Tanta como para empezar a ver fantasmas.

Lo que nos ha llegado a través de Netflix no es una adaptación fiel de la novela. Por ejemplo, sólo eran dos hermanas -Eleanor y Theodora- en lugar de cinco, y los hechos sólo se desarrollaban en una línea temporal. Aun así, la serie capta a la perfección la esencia de una autora que utilizaba la ficción para exorcizar sus demonios internos, ya sean por las relaciones de familia y los traumas, como es el caso de Hill House, o los miedos sociales (que resuenan en ‘La lotería’) y que acabarían manifestándose más tarde en un problema de agorafobia. “La relación entre el entorno de una persona y su estado mental era algo que entendía bien”, confirma Franklin.

Parece indispensable saber quién fue Shirley Jackson para entender por completo la existencia y relevancia de ‘La maldición de Hill House’. Y, ahora sí, intentaremos descifrarlas a ambas.

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EL FANTASMA DE LOS TRAUMAS Y LAS ENFERMEDADES MENTALES

En una de las escenas de la serie, Theodora, que es psicóloga infantil, trata a una niña que tiene pesadillas con un tal Hombre Sonriente, un monstruo que podría ser la versión ‘creepy’ de Groot. Tras visitar la casa, se da cuenta de lo que ocurre: la pequeña está siendo violada por su padre en el sofá del sótano, en el que, tumbada hacia arriba, se ven unas manchas fantasmagóricas en el techo de madera que forman la expresión desdibujada de un hombre que sonríe. El monstruo era, en este caso, una construcción, un muro de contención, una ilusión creada por la mente de una niña para borrar el horror del maltrato sexual. Su forma de procesarlo, aunque no de superarlo.

Esta es sólo una línea secundaria en la historia de ‘La maldición de Hill House’, pero nos ayuda a entender cómo funciona, y cuál es la regla principal de su mecanismo: los fantasmas son proyecciones, representaciones de dolores profundos, barreras de nuestro subconsciente. Aunque, como bien dice Steven hacia el final de la temporada, “los muros no protegen”. No, no lo hacen: sólo contienen el torrente de emociones que nos provoca todo aquello que somos incapaces de procesar.

  • Steven, el novelista (Michiel Huisman). Es el mayor de los hermanos y el que ha tenido más capacidad para racionalizar todo aquello que veía en su infancia y nunca entendió. Y aún mejor: para racionalizar todo lo que sus hermanos sí vieron. Él, al final, salió de la casa el último y con los ojos cerrados. Su forma de enterrar los recuerdos, de poner distancia entre él y los sucesos de Hill House, ha sido escribiendo una novela que le permitiese ponerse en el lugar del narrador y no del afectado. Pero, en contra de lo que él cree, su dolor sigue ahí.
  • Theodora, la empática (Kate Siegel). Es psicóloga infantil, y una de las hermanas medianas de los Crain. Su nivel de empatía se lleva a tal extremo que se le otorga el poder sobrenatural de sentir lo que los demás sienten con sólo tocarles. Para evitarlo, se resguarda sus manos dentro de unos guantes, cual Elsa de ‘Frozen’, y se cierra en sí misma. Si no toca, no siente. Si no se arriesga, no sufre. Si no ama, no duele. Restringir su implicación con el mundo para no sufrir, pues ese es su mayor miedo.
  • Shirley, la obsesa del control (Elizabeth Reaser). Lo era desde niña, y lo sigue siendo. También racionaliza, como Steve, pero ella lo hace de una manera peculiar. Su profesión consiste en arreglar a los muertos: vestirlos, maquillarlos, peinarlos. Arreglarlo todo, eso es lo que quiere. Quiere también controlar los efectos devastadores de la muerte en un cuerpo humano, pues, si puede controlar eso, quizás pueda controlarlo todo. Pero se equivoca.
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Steve Dietl/Netflix
  • Luke, el drogadicto (Oliver Jackson-Cohen). ¿Qué forma de escapismo es más habitual que la del alcohol y las drogas? En ese campo cae uno de los hermanos menores, que, tras una vida de incógnitas sin resolver, imágenes que vuelven en sueños y monstruos con bombín que siguen apareciendo por los rincones de su casa, decide dejarse llevar por aquello que le salve de ese pozo. Pero, sin saberlo, se está metiendo en otro mucho más grande.
  • Nell, la del cuello torcido (Victoria Pedretti). Es la más pequeña de la familia, y hermana gemela de Luke. Será la única de ellos que acabe engullida por la casa, quizás por ser la que más vio y menos entendió lo que estaba sucediendo. Los fantasmas la persiguen, quizás porque saben que es la más débil.

Todos ellos, como puede apreciarse, sufren de lo mismo: el trauma. Lo manifiestan de formas diferentes, de acorde a la personalidad de cada uno, pero todos sus caminos apuntan al mismo sitio. Igual que el interior de la Puerta Roja, cuyo significado revelábamos en nuestra explicación del final de la serie. Hill House proyecta todos sus miedos (a la paternidad, a la verdad, a sufrir por amor, a la pérdida…) y los transforma en visiones fantasmagóricas. En varias ocasiones se cita, en boca de la matriarca de la casa, una línea de diálogo del ‘Hamlet’ de William Shakespeare: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía”. Es decir, que los sueños -o, mejor en este caso, las pesadillas- son relevantes, pero el verdadero peso de la historia -y de la vida- se encuentra en lo terrenal y no en la fantasía. En las cosas que nos definen como seres humanos, y no como sujetos de historias de casas encantadas. Y Flanagan entiende esto, como Jackson, a la perfección.

Al final, este paralelismo entre espíritus y problemas mentales es muy acertado: ambos son, la mayor parte del tiempo, invisibles a la vista. No se pueden oler ni tocar, y muchas veces ni siquiera entender. Para quienes no lo han vivido, como pretende hacer ver el hermano mayor de los Crain al principio de la serie, las enfermedades mentales (todo eso que no puede verse, que no sangra, desde la depresión hasta la ansiedad), son espectros que no se ven. Eso es lo que canalizaba la escritora a través de las historias de fantasmas, y por eso dijo en una ocasión: “Creo que todos mis libros de principio a fin serían una larga documentación sobre la ansiedad”.

Además de esto, que es sin duda el gran eje de significado de la historia, podemos encontrar un miedo particular que articula, aunque no lo descubramos hasta el final, toda la serie: la angustia de la pa/maternidad. Lo vemos con claridad en el noveno episodio, cuando los saltos temporales, desde la perspectiva de Olivia, nos revelan que lo que la llevó a la locura es el convencimiento de que sus hijos iban a tener un final atroz. Que, al salir al mundo, iban a sufrir. Como en el corto ‘Bao’ de Pixar, la madre quiere comerse a sus hijos para que nunca se equivoquen, para que no tomen el camino erróneo… para que no la abandonen. El relato habla de la sobreprotección de los hijos, de cómo puede ser algo enfermizo querer aislarlos de todo mal, y de lo duro que es aceptar que la misión de ser su guardián ha acabado, porque ya pueden volar por ellos mismos.

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Netflix

MIKE FLANAGAN, LA PROMESA DEL TERROR

Aunque Hill House nació de la mente enturbiada de Shirley Jackson, ‘La maldición de Hill House’, como serie de Netflix, no puede entenderse sin la influencia de su director, Mike Flanagan. Y es que, viendo los diez capítulos de esta terrorífica serie, no nos cabe duda que la puesta en escena es un personaje más, un vehículo indispensable no sólo para hacernos saltar del sofá o taparnos la cara con el cojín, sino también para insuflar de significado las imágenes. Crear una armonía perfecta entre el qué y el cómo, entre la forma y el contenido, entre los significados de esos fantasmas y la cámara serpenteante que nos los muestra por las esquinas de Hill House.

Esto se aprecia sobre todo, cómo no, en el capítulo 6, que ya puede considerarse desde ya uno de los mejores episodios seriéfilos del año. Y nos quedamos cortos. En él, Flanagan consigue coreografiar una serie de planos secuencia que viajan en el espacio y en el tiempo, que cambia a los personajes sobre la marcha e incluso incluye fantasmas en sus espaldas. Uno de esos planos llega a durar 17 minutos sin ningún corte y nos deja sin respiración a cada paso. Esa negativa a cortar el tiempo, a alargarlo todo lo posible, va acumulando una tensión tremenda, azuzada por las discusiones acaloradas de la familia, el cadáver aún fresco de Nell y el impacto de un nuevo episodio del pasado, donde todo empezaba a irse al traste. Un capítulo, sin duda, magistral.

Otro de los aciertos de Flanagan, más allá de la forma, es respetar el género de terror. Por muchos significados que hayamos sacado en el apartado anterior, el cineasta no busca racionalizar en un 100% a los fantasmas, porque el componente fantástico y sobrenatural es tan válido e interesante como las lecturas psicológicas. Los espíritus no son imaginaciones de los personajes, aunque sí representen o potencien sus miedos más profundos. Por ello se da una connivencia entre estos dos mundos de una manera inteligente, sabiendo explotar las posibilidades de ambos y dejando que se retroalimenten de forma orgánica.

Quizás se líe un poco con las teorías sobre el tiempo no lineal (por otro lado, interesantísimas), pero el conjunto de todos sus elementos es imponente. Y aún acertando en tantas cosas, Flanagan marca otro punto: ha sabido canalizar lo que significaba para Shirley Jackson esta historia, es decir, una representación de sus ansiedades, miedos y angustias. Sólo que ya no es solo Jackson, sino la familia Crain. La familia crece.

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CAMINAR SOLO, CAMINAR JUNTOS

En el primer episodio de 'La maldición de Hill House', oímos una voz en off. Aún no sabemos a quien pertenece, pero le escuchamos decir: "Lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo”. Son las palabras del libro de Steve Crain sobre la experiencia de su familia en Hill House, según la llaman, la casa encantada más famosa de los Estados Unidos. Sin embargo, cuando llegamos al final del décimo episodio y volvemos a escuchar esa voz, cerrando la trama en un círculo perfecto, escuchamos algo diferente: “Y aquellos que caminan dentro, caminan juntos”. Y aquí viene la moraleja de la historia.

Esta serie es un viaje trascendental para todos sus personajes, que han de pasar página en todos sus traumas colectivos e individuales. Ese cambio se refleja en un final algo cursi, pero que viene a decir algo muy importante: sin el amor “no podemos subsistir durante mucho tiempo en la realidad absoluta sin perder la razón”. Esa misma frase, que escuchamos en los últimos segundos del show, ya la habíamos escuchado al inicio, pero, en lugar de “amor”, la palabra clave era “miedo”. Ambos, dice, son “el abandono de toda lógica, la renuncia voluntaria al dominio de la razón”, pero es el amor el que coloca como elemento indispensable para sobrevivir en este mundo fantasmagórico.

Es decir, desde la perspectiva de Steve (que es quien escribe y narra en la ficción), lo que al principio significaba sobrevivir era poner muros para protegerse. Ahora, sin embargo, es abrazar el amor de quienes le rodean, porque ese es el sentimiento más poderoso que existe. O eso decía también Harry Potter. Así se remata un final lleno de esperanza para una serie tan inteligente como aterradora que, sin duda, habrá dejado a más de uno mirando por encima del hombro cuando camina por el pasillo de casa.

Headshot of Mireia Mullor

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.

En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.

Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.